Yossi Ghinsberg tiene 21 años,
es 1981, es israelita, y pasa de todo el rollo ese de ir al instituto, casarse,
tener hijos… Lo cual le trae problemas con su padre, antiguo prisionero de un
campo de concentración. Así que ha decidido conocer a “Mami Naturaleza” en uno
de los lugares más remotos del planeta, la selva amazónica boliviana. Así
comienza “La jungla” (2017), película australiana basada en la historia real
del dicho Yossi, que después escribió en unas memorias.
Estando allí conoce a Karl, un
guía pseudo-ecologista que le llena la cabeza de pájaros diciéndole que sabe de
la existencia de una tribu de indios que nadie conoce, viviendo en armonía con
la naturaleza, y lo convence, a él y a dos colegas más (Kevin y Marcus), para
ir a verlos, en plan “Vamos a darnos un voltio por la dehesa extremeña”.
Pronto, se dan cuenta que el
tal Karl es un embustero, mamonazo y charlatán, de los mayores del planeta, que
lo mismo te suelta un rollo vegano, que mata salvajemente a un pobre mono, y
comienzan los problemas en nuestro alegre y jovial grupo, que de ser amiguetes
guays, pasan a tener más roces que un Seat Panda, y es que, a la jungla, a la
naturaleza, hay que tomársela en serio, ya que el peligro está en todos lados,
y hay que sobrevivir, como sea...
El grupo se separa, la selva
comienza a no ser tan bonita, y parece ser que es bastante mortífera… Los
bichos, el hambre, las alucinaciones, los peligros… La supervivencia.
La película entretenida, a
ratos un tanto gore o asquerosa. La fotografía, me ha gustado mucho. La
moraleja, no se nos mete nunca en la cabeza. El metraje… Lo habéis adivinado,
le sobran treinta minutos. Y mejor la primera parte de la cinta, más
trepidante, que la segunda, donde hay muchísimos flash-backs rememorando el
pasado de Yossi e idas de pinza por su estancia en la selva.
P.D: Interesante y emotivo
epílogo.
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