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jueves, 18 de abril de 2019

El tríptico de los encantados Una pantomima bosquiana) Museo Nacional del Prado, 2016. Max



        La obra de Jheronimus van Aken, conocido por estos lares como El Bosco (1450-1516), ya ha cumplido los quinientos años largos, y parece que es de ayer. De alguna tendencia artística medio loca de principios del S. XX, o de la imaginación de alguien que tiene un “Horror vacui” del copón, pero que vive en Nueva York. Fue, y sigue siendo, transgresora, inquietante y original.

        Quizás por eso, porque se atrevió a pintar al hombre, tal cual es, por dentro, y no por fuera, como hacían los demás (según Fray José de Sigüenza), El Bosco pasó a formar parte de uno de los iconos más fascinantes de la Historia del Arte Universal. Si hubiera hecho lo mismo que se hacía a finales del S. XV, tal vez, hubiera sido, y digo tal vez (¡Ojo!) uno más entre un catálogo de pintores.

        Pero no. No fue ese su camino, y nos legó un extraño mundo de seres fantásticos, inimaginables y extraños para cualquier imaginación media, en situaciones muchas veces incomprensibles, adelantándose a los surrealistas y a su interés por el mundo y las incoherencias de los sueños.

        En “El tríptico de los encantados” (Museo del Prado, 2016), una pantomima bosquiana de Max, nos encontramos con tres temas pictóricos muy conocidos de El Bosco: “La extracción de la piedra de la locura”, “El jardín de las delicias” y “Las tentaciones de San Antonio Abad”, en cómic, y cargados sus personajes de mucho humor, cobrando vitalidad y mostrándose como en un gran teatro de lo absurdo y de lo irreal.

        Es un cómic que se tarda cuatro minutos en leer, pero, como la obra de El Bosco, una eternidad en comprender. A mi me ha gustado mucho.


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