La obra de Jheronimus
van Aken, conocido por estos lares como El Bosco (1450-1516), ya ha cumplido
los quinientos años largos, y parece que es de ayer. De alguna tendencia artística
medio loca de principios del S. XX, o de la imaginación de alguien que tiene un
“Horror vacui” del copón, pero que vive en Nueva York. Fue, y sigue siendo,
transgresora, inquietante y original.
Quizás por eso, porque
se atrevió a pintar al hombre, tal cual es, por dentro, y no por fuera, como
hacían los demás (según Fray José de Sigüenza), El Bosco pasó a formar parte de
uno de los iconos más fascinantes de la Historia del Arte Universal. Si hubiera
hecho lo mismo que se hacía a finales del S. XV, tal vez, hubiera sido, y digo
tal vez (¡Ojo!) uno más entre un catálogo de pintores.
Pero no. No fue ese su
camino, y nos legó un extraño mundo de seres fantásticos, inimaginables y
extraños para cualquier imaginación media, en situaciones muchas veces
incomprensibles, adelantándose a los surrealistas y a su interés por el mundo y
las incoherencias de los sueños.
En “El tríptico de los
encantados” (Museo del Prado, 2016), una pantomima bosquiana de Max, nos
encontramos con tres temas pictóricos muy conocidos de El Bosco: “La extracción
de la piedra de la locura”, “El jardín de las delicias” y “Las tentaciones de
San Antonio Abad”, en cómic, y cargados sus personajes de mucho humor, cobrando
vitalidad y mostrándose como en un gran teatro de lo absurdo y de lo irreal.
Es un cómic que se tarda
cuatro minutos en leer, pero, como la obra de El Bosco, una eternidad en
comprender. A mi me ha gustado mucho.
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