Cuando he alquilado “El
viaje de Nisha” (2017), no esperaba encontrarme con el horror que he visto en
esta cinta. Debe ser por mi mentalidad occidental, corrupta e impura, o debe
ser porque la película es bastante dura, y hay cosas que para mí son muy difíciles
de aceptar en pleno siglo XXI, en relación a como tratar a las mujeres, por
mucho libro sagrado o religión que se meta por medio.
Nisha es una chica
noruega, de origen pakistaní, que vive muy feliz en su entorno occidental,
donde las mujeres son libres de obrar y de pensar. Su familia, tradicionalista,
es todo lo contrario. Por ello, cuando el padre de Nisha la pilla en su
habitación con el chico que le gusta (el típico noruego pelirrojo más blanco
que la cal), la paliza que se lleva él es brutal.
A ella la mandan a
Pakistán (con tu tío y con tu tía, te irás a Bel-Air) a reeducarla en los
valores familiares, en los buenos valores que se supone que debe tener una
chica de su edad. Y a partir de ahí, comienza un infierno: El hiyab, la falta
de libertades, la sumisión de la mujer al hombre, la anulación total de la
personalidad (el castigo psicológico es indescriptible), la religión por encima
de todo… (valores, por cierto, que algunos políticos españoles, ya aprovecho
para decirlo, defienden como “Libertad de expresión” o “Son sus costumbres, y
hay que respetarlas”). En Pakistán, una jugarreta de la policía la manda de
vuelta a casa (deshonrada para su familia, incluso su propio padre la incita al
suicidio y su madre la insulta, constantemente, cruelmente) convertida en poco
más que un zombie sin voluntad propia.
Creo que es una película
de obligado visionado, para abrir ojos, mentes, y para reflexionar, mucho,
sobre ella. Imprescindible.
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