Para mí, John Fante, y su
alter ego, Arturo Bandini, son unos viejos conocidos. “Sueños de Bunker Hill”
(Anagrama, 2002) no es el primer libro que me leo de él, aunque si es verdad
que no le he dedicado el tiempo y la atención que se merece, en el blog. Hace
un tiempo, escribí sobre “Espera
a la primavera, Bandini”, pero no le dediqué unas líneas a “Llenos de vida”
o a “La hermandad de la uva”, que son, en mi opinión, unas auténticas obras
maestras del realismo norteamericano.
Cuando leo a Fante, me
siento más identificado con él, ya a estas edades, que con el escritor que me
llevó hasta Bandini (Fante), Charles Bukowsky. A Bukowsky lo leía con catorce
años, y quería ser como él, como Henry Chinaski. Cuando llevaba devorada la
mitad de la bibliografía, publicada en castellano, de Bukowsky, poemas
incluidos, descubría a Fante. Una literatura sencilla, directa, libre de
adornos barrocos y real como una hostia. Sin florituras.
En “Sueños de Bunker Hill”,
nos encontramos a Bandini, medio arruinado, en busca de su sueño de convertirse
en un gran escritor en Los Ángeles. Ha dejado atrás la provinciana Colorado, y
sus sueños comienzan a chocarse con la realidad de puertas que se cierran,
gente falsa, trabajos que no cuajan y desamores a raudales.
Es un libro cortito, pero
esclarecedor. Lo soltó, ciego, a su mujer, que fue copiando palabra por
palabra, un año antes de que Fante falleciera. Otra de sus maravillas. Refleja
muy bien la hipócrita sociedad norteamericana de la postguerra, el mundo de
Hollywood y los guionistas y productores. Os lo recomiendo.
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Quizá. ¿En qué está pensando?
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Necesito un corrector de estilo.
Los
gatos olían a rayos.
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No creo que pueda aceptarlo.
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¿Lo dice por los gatos? Me encargaré de
eso.
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