Micho I de Gato llevaba un buen rato mirando por la ventana.
La tarde había transcurrido leyendo la prensa económica nacional, que acabó
hecha trizas por parte del gato-frac, mientras que escuchábamos a Charlie
Parker.
Al cabo de un rato,
Micho alzó un poco las orejas, y sus ojos de sierpe se dilataron para
escudriñar un poco más el cielo de Badayork. Había algo que le había llamado
poderosamente la atención.
En un primer momento pensé que estaría observando a
Perséfone, que de mano de su madre (la venerable Ceres), lleva unos días
paseando por la avenida, viendo escaparates, conversando con amigos y
conocidos, compartiendo risas, madre e hija.
Pero no. Micho se
estiró todo lo largo que es y preguntó casi en un murmullo:
- ¿Cómo se llamaba aquel pastor de ovejas que
solía ir con su rebaño por las orillas del Guadiana?
- ¿El joven?, inquirí, mientras me servía un tinto
de Almendralejo en la copa de plata, que la divina Atenea, la de glaucos ojos,
me había obsequiado hace un par de veranos.
- El mismo. Siseó Micho.
- Ganimedes, le contesté brindando por él. ¿Por
qué?
- Porque lo he visto volando en garras de una
enorme águila… Maulló Micho volviéndose a la ventana.
Y, con certeza, pensé que Micho se había equivocado, y que
posiblemente su vista le había jugado una mala pasada, o que, en realidad,
había visto un F5 de la Base de Talavera la Real…
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