“Vivarium” (2019) la he
visto, y no me cuesta decirlo, porque un tipo me la ha estado rajando por la
radio cómo una película mala, metáfora de nuestra sociedad capitalista y
consumista (por lo visto, esto dicho por el director), una crítica a las ganas
de ser padres, y mil historias más. No me ha hecho falta escucharle más para
decirme: “Hay que verla”.
Y es cierto, que, estamos
ante un posible episodio de series como “Black Mirror” o “La dimensión
desconocida” si no fuera por su metraje no es para un episodio. Metraje, por
cierto, que a mí (en esta ocasión, y sin que sirva de precedente) no se me ha
hecho largo, o no al menos demasiado.
El guion de la película se
puede resumir en los cuatro o cinco primeros minutos de la película, donde
vemos como un pájaro cuco, que es un impostor de cuidado dentro de la
naturaleza, se apodera de un nido de otro pájaro ajeno. El cuco pone su huevo
allí, y el nuevo cuco se encarga de eliminar a la competencia, y cuando crece
resulta que los pájaros del nido han criado a un pajarraco que no es hijo suyo,
y que, encima, es un desagradecido de cuidado.
Aquí tenemos a una pareja
joven que deciden ponerse a mirar casas para establecerse. Al llegar a una
inmobiliaria, el tipo de la misma, les lleva a una urbanización
laberíntica con todas las casas iguales
(aquí habría que recordarle al director la arquitectura y urbanismo soviéticos).
Mientras están viendo una de las casas, el susodicho vendedor de casas
desaparece, y los deja allí. Ni que decir tiene que de allí no se puede salir.
Todas las casas y calles son iguales, y aquello es una cárcel.
Un día, aparece una caja con
un bebé. El bebé crece a una velocidad de espanto. Es un parasito malcriado, estirado,
da yuyu y solo ve en la televisión un programa muy soso sobre laberintos que se
mueven constantemente y que le encantarían a Escher. Y ya tenéis montada la
historia del cuco que os comentaba al principio.
La verdad es que no me ha
parecido tan mala como había oído en la radio. Es una distopia, que me ha
recordado mucho estéticamente a los cuadros de mi admirado Magritte (faltaba él
con el bombín), o a esas sociedades que preconizaba Kafka cuando hablaba de las maquinarias
sociales que encorsetaban al individuo o lo encarcelaban directamente (en “El
proceso” encarcelaban al protagonista sin saber el motivo de su prisión), o
incluso ideas “Nietzschelianas” o “Freudianas” con lo de matar al padre.
La dejo a vuestra elección,
pero desde luego, no me parece taaaaan mala, ni taaaaan soporífera. Es más,
merece una reflexión más extensa que estas cuatro líneas mías. Se puede hablar
largo y tendido de ella, en mi opinión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario