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lunes, 13 de julio de 2020

Vivarium (2019)



        “Vivarium” (2019) la he visto, y no me cuesta decirlo, porque un tipo me la ha estado rajando por la radio cómo una película mala, metáfora de nuestra sociedad capitalista y consumista (por lo visto, esto dicho por el director), una crítica a las ganas de ser padres, y mil historias más. No me ha hecho falta escucharle más para decirme: “Hay que verla”.

         Y es cierto, que, estamos ante un posible episodio de series como “Black Mirror” o “La dimensión desconocida” si no fuera por su metraje no es para un episodio. Metraje, por cierto, que a mí (en esta ocasión, y sin que sirva de precedente) no se me ha hecho largo, o no al menos demasiado.

        El guion de la película se puede resumir en los cuatro o cinco primeros minutos de la película, donde vemos como un pájaro cuco, que es un impostor de cuidado dentro de la naturaleza, se apodera de un nido de otro pájaro ajeno. El cuco pone su huevo allí, y el nuevo cuco se encarga de eliminar a la competencia, y cuando crece resulta que los pájaros del nido han criado a un pajarraco que no es hijo suyo, y que, encima, es un desagradecido de cuidado.

        Aquí tenemos a una pareja joven que deciden ponerse a mirar casas para establecerse. Al llegar a una inmobiliaria, el tipo de la misma, les lleva a una urbanización laberíntica  con todas las casas iguales (aquí habría que recordarle al director la arquitectura y urbanismo soviéticos). Mientras están viendo una de las casas, el susodicho vendedor de casas desaparece, y los deja allí. Ni que decir tiene que de allí no se puede salir. Todas las casas y calles son iguales, y aquello es una cárcel.

          Un día, aparece una caja con un bebé. El bebé crece a una velocidad de espanto. Es un parasito malcriado, estirado, da yuyu y solo ve en la televisión un programa muy soso sobre laberintos que se mueven constantemente y que le encantarían a Escher. Y ya tenéis montada la historia del cuco que os comentaba al principio.

        La verdad es que no me ha parecido tan mala como había oído en la radio. Es una distopia, que me ha recordado mucho estéticamente a los cuadros de mi admirado Magritte (faltaba él con el bombín), o a esas sociedades que preconizaba  Kafka cuando hablaba de las maquinarias sociales que encorsetaban al individuo o lo encarcelaban directamente (en “El proceso” encarcelaban al protagonista sin saber el motivo de su prisión), o incluso ideas “Nietzschelianas” o “Freudianas” con lo de matar al padre.

        La dejo a vuestra elección, pero desde luego, no me parece taaaaan mala, ni taaaaan soporífera. Es más, merece una reflexión más extensa que estas cuatro líneas mías. Se puede hablar largo y tendido de ella, en mi opinión.

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