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A pesar de que mi
admirado Osamu Tezuka, conocido como el Rey del Manga tuvo mucho éxito en vida,
y reconocimiento internacional, también es verdad que tuvo algunos mangas que
no destacaron especialmente, como es el caso de “Dust 8”, un cómic que
originalmente iba a titularse “Dust 18”, pero que el propio Tezuka ante el
escaso éxito que estaba teniendo el cómic, tuvo que recortar, provocando, digámoslo
así, algunos fallos de guion y de narrativa que posteriormente, en ediciones integrales
posteriores, como esta de tapa dura y 407 páginas publicada por Planeta Cómic
en una edición fantástica dentro de su colección dedicada a Osamu Tezuka
presenta.
El propio autor reconoce en un prólogo,
que se escribió hace cuarenta años, que “Dust 8” sufrió muchos cambios en su
reedición, algo a lo que Tezuka modificando escenas y hasta capítulos enteros,
como el quinto, de los ocho que lo componen, convirtiendo a “Dust 8”, en mi
opinión, en una joyita por descubrir, casi sesenta años después de su
publicación, allá por 1969, a pesar de que no goza de la popularidad de otros
cómics suyos como Astro Boy o Jack Black…
La trama gira en
torno a un grupo de ocho personas que mueren en un accidente de avión en una
isla remota, chocando el avión contra la montaña de la vida. Allá donde iban a
morir todos, resucitan o sobreviven milagrosamente diez personas al caerles
encima unas piedras milagrosas de la propia montaña. Este hecho, la
supervivencia milagrosa, hace que la propia Montaña de la Vida, que es la
naturaleza misma, se permita corregir el error.
Dos de los
supervivientes han quedado atrapados en la isla, y el resto fue rescatado en
alta mar, siendo la isla imperceptible para los ojos humanos, esos dos humanos
atrapados, chico y chica serán poseídos por Kikimoras, seres mitológicos con
apariencia de nutrias blancas, y cuya misión será la de recuperar las ocho
piedras restantes, de las diez que se desprendieron la de la montaña y
restablecer, con la muerte de los supervivientes, el orden natural de las
cosas.
A partir de aquí se
presenta una premisa filosófica interesante sobre el poder humano de
desequilibrar la naturaleza y las posibles consecuencias que pueda tener.
Las ocho personas que
tienen que devolver las piedras a la pareja de kikimoras son de muy diversa
índole. En un principio, la pareja se muestra como un amoroso matrimonio con
una misión difícil, que es arrebatar las piedras a estos humanos, y al
quitárselas morirán. De hecho, los humanos son conscientes del poder de las
piedras, quizás no al 100% pero saben o sospechan que están vivos gracias a que
las piedras cayeron encima de sus cuerpos muertos y resucitaron gracias a
ellas.
Primero hay que
pedirles las piedras de manera educada, contándoles que deberían estar muertos
y que hay que restablecer el orden natural de las cosas, y en caso de negación,
que es por otra parte lo más normal, arrebatárselas como sea.
Algunos de los que
poseen las piedras, para colmo son personas nobles y buenas que se sacrifican por
los demás, con altos ideales, por lo que el debate está servido.
Posteriormente, los kikimoras
actúan en solitario, llegando a establecer vínculos sociales y emocionales con
los humanos a los que deben quitar las piedras.
Sobre el chico kikimora, que ya no se presenta
como el marido amoroso del primer capítulo y que se siente atraído por una
humana concreta en uno de los capítulos, algo que el propio Tezuka explica como
una de las modificaciones de narrativa.
Por otro lado,
estamos en 1969, y la gente se imagina el futuro lleno de naves espaciales,
robots e inteligencias artificiales del tamaño de una casa, por lo que la
naturaleza mágica de las piedras entran en conflicto con la Ciencia en el papel
del típico científico loco que quiere recuperar a su mujer fallecida años antes
a través de la robótica y el uso mágico de la piedra que le salvó del accidente.
Cada uno de los ocho personajes
resucitados tiene una misión en la vida que creen que deben concluir, algunos
batir un récord, otros, salvar a un condenado a muerte, por poneros un ejemplo.
Creen que no han cerrado el círculo de la vida, y se resisten a irse sin más.
Con algunos vas a
empatizar más que con otros, pero lo indudable es que juega muy bien con los
sentimientos humanos ante el hecho de que hay que irse, y dejar atrás todo
porque el tiempo se agotó, y la condición humana tiene que aceptarlo, llegando
a convertirse el cómic en una verdadera intriga desde el principio hasta el fin.
Su mera existencia ha
causado un desorden, y da igual que quieran aprovechar esa segunda oportunidad,
que amen u odien, el error divino causado por la naturaleza, que no juzga ni
siente, debe enmendarse a través de la muerte, y cada uno de ellos tiene un
capítulo dedicado, ocho, como indica el título del cómic.
En definitiva: No
entiendo bien por qué este cómic pasó tan desapercibido en su día, ya que se
presenta como una metáfora atemporal sobre el tempus fugit, el memento mori y
el vivir intensamente hasta el final. A pesar de sus cuatrocientas páginas, yo
me lo leído en una horita y lo he disfrutado mucho, por lo que mi recomendación
está asegurada. Es un cómic con un componente filosófico, moral, muy
importante, y llega a ser hasta inquietante por lo que plantea, y te puedes
llegar a plantear en su lectura.
Por
cierto, el tomo comparte espacio con una historia corta final, “Bakaichi”, que
yo desconocía completamente, y que para mí ha sido todo un descubrimiento,
sobre un nene que tontea con la hipnosis y sus consecuencias, siendo también el
elemento naturaleza muy importante en la historia, todo con el estilo
caricaturesco que gustaba Tezuka en este tipo de historias.
Por cierto, su precio ronda los 26 euros, y merece cada uno de los euros que te gastes en el cómic.
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