Spoilers, ojo... Spoilers... Ojo... Creo
que está fuera de toda duda que “Blade Runner” es una película icónica de toda
la historia del cine. Estrenada en España en 1982, y basada
en la novela
“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick (1968) y que
es un libro que se lee muy bien, casi en un rato (270 páginas), y que también
tenéis en cómic, nos narra la historia de unos androides casi perfectos, los
replicantes, creados para currar sin la mano sindical, domingos y festivos
incluidos, que se rebelan contra la patronal, que decide eliminarlos por
revolucionarios, poéticos y subversivos, bajo música de Vangelis.
Tras
su éxito, hemos tenido adaptaciones, cómics, fanzines, segundas partes y continuaciones, y una
de estas es “Blade Runner 2049”.
En
“Blade Runner 2049” (Netflix, 2017) tenemos a Ryan Gosling, el hombre que se
mueve menos que los ojos de Espinete, como el Oficial K, en una California (con
el japonés como segundo idioma) que se parece a la actual Extremadura, que ha
sustituido a los cochinos y las dehesas por fotovoltaicas, que dan menos
trabajo y electricidad para una ducha y media diaria de momento, hasta que nos
desarrollemos más.
El
oficial K tiene como misión destruir, eliminar, los últimos Nexus 8, que aparte
de ser móviles obsoletos de Google, son androides antiguos que hay que retirar
del mercado, mientras que en casa le espera un holograma de Ana de Armas, con
la cual, por cierto, también trabaja en la película “El agente invisible”
(Netflix, 2022) y conduce un Seat Ibiza diésel que vuela.
Tras
una misión, una pista (el descubrimiento de un osario en un bello jardín) le
pone en el camino de un antiguo cazador de replicantes, o Blade Runner, un tal
Deckard (Harrison Ford) que anda desaparecido desde hace treinta años y que
tuvo un hijo o hija, fuera del matrimonio, con una replicante llamada Rachel.
La búsqueda de Deckard se convierte en una pesadilla para el Oficial K, que da
más vueltas que un triciclo en un parque infantil, y se echa encima a los suyos
que lo acusan de desayunar cuarenta y cinco minutos todos los días como si
fuese un funcionario humano de la Junta de Extremadura, y no un replicante.
Finalmente,
el oficial K, encuentra a Deckard que se ha metido a apicultor. Este, loco de alegría
por ser encontrado y pensando que es un vendedor de seguros, primero lo
tirotea, le da una paliza y después le invita a un whisky.
Detenidos
y acusados de no pagar la televisión por cable, el Oficial K se entera de que
los replicantes están planeando una revolución que ríete tú de La Gloriosa, y
decide rescatar a su amigo Deckard que es condenado a ver partidos de la
Segunda División rumana de por vida.
Tras
una batalla épica, con navajas toledanas incluidas. El oficial K muere en
combate singular, con el agravante de no haber movido una ceja en tres horas de
película, y Deckard por fin puede conocer a su hija, que vive en un suvenir en
forma de burbuja.
En
definitiva: No me ha parecido mala película aunque le sobra una hora larga de
metraje para contarte lo mismo. ¿Era necesaria esta secuela? Nunca lo sabremos,
pero me sigo quedando, por siempre, con aquel “Blade Runner” que vi hace
cuarenta años, y del que en su día, no me enteré de qué iba, y que menosprecie
porque a mí lo que me gustaba era “La Guerra de las Galaxias”. Aceptable, pero
no me pidáis que vuelva a ver esta continuación.
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