Me ha sido muy fácil enganchar a “A different man”, película
estadounidense de 2024 del llamado cine indie, o independiente, desde el primer
minuto, porque su primera media hora, sus primeros cuarenta minutos me han
parecido muy interesantes en su planteamiento, y porque he visto muchas cosas
que me han recordado al Woody Allen de hace cuarenta años: Los planos, el jazz,
los diálogos, la trama, las localizaciones…
Aunque también tiene una mezcla de otras vainas,
como “La Bella y la Bestia”, en el tema del físico, del amor interior o
verdadero por encima de todo y rollos parecidos, también hay ligeras
pinceladas, algo de Lynch, algo de Cronenberg… No sé, una mezcla de todo un
poco en una Nueva York con una estética setentera, que se apoya mucho en planos
sucios, en los 16 mm de su película, cientos de primeros planos de Sebastian
Stan, silencios, ausencias reflexivas y una historia que después de ese primer
tercio, se comienza a desinflar, se lía sobre sí misma, y que me ha llegado a
parecer al final un tanto caótica, con un final demasiado increíble para ser
creíble…
La producción nunca ha reconocido el presupuesto de
la película, pero en varios mentideros he leído que costó entre 5-10 millones
de dólares siendo rodada prácticamente en un mes y medio, de los cuáles, tres
semanas fueron dedicadas prácticamente a las localizaciones exteriores, que,
como os comento, junto a la estética, esas camisas a cuadros, esos diálogos, me
han parecido muy “woodylianas”.
La recaudación habría sido de un millón y medio de dólares, pero eso en teoría daría un poco igual, ya que la película ha cosechado un saco de nominaciones y premios donde Sebastian Stan salió bastante bien parado (el Oso de Plata en Berlín y el Globo de Oro en los Estados Unidos), algo que es cierto que nunca va a conseguir en Marvel, dinero si, premios cinematográficos, más bien pocos. Es el curioso mundo del cine.
Pero, ¿De qué va “A different man”? Pues hablar de
su trama, de la sinopsis, me va a resultar difícil, porque me ha parecido
bastante liosa en este aspecto, aunque no original, ojo… Intentaré explicaros
lo mejor posible.
Nueva York. Edward Lemuel (Sebastian Stan) es un
hombre de mediana edad con una gran deformidad en la cara. Ese hecho, su
aspecto, lo ha convertido en un hombre tímido, temeroso, solitario, que vive en
unos apartamentos rodeado igualmente de gente con problemas de soledad, de
hecho, uno de ellos llega a quitarse de en medio con ayuda de una soga. Vive de
hacer anuncios poco conocidos, como actor un tanto mediocre.
La gente le mira mal, le pregunta, le huye, es un
auténtico desgraciado en una sociedad como la nuestra en donde prima tanto la
estética, el físico… Y aguanta a diario en el Metro todo tipo de miradas, risas
y susurros que lo atormentan.
Un día llega a su piso de apartamentos una chica
joven, dramaturga, Ingrid, que enseguida entabla una conexión con él, no
sabemos si por humanidad, verdadero interés o simplemente curiosidad. Él le
habla y le enseña sus trabajos, le regala una máquina de escribir italiana, y
ella quiere hacer una obra de teatro basada en él, una producción
independiente, y parece que comienzan a ser complementarios, por lo menos, en
el plano laboral.
Llegado un momento, unos médicos medio locos, le
proponen un tratamiento experimental para cambiarle la cara, algo a lo que
accede, y al mes, renace una nueva cara libre de deformidades. Ahora es
atractivo, atrae a mujeres y siente por primera vez el trato correcto de la
sociedad hacia él por su físico.
Decide matar, enterrar al viejo Edward y renacer como una persona nueva, Guy Moratz. Se mete a agente inmobiliario y cambia su círculo social, pero la nueva cara no acaba con los problemas e inquietudes que venía arrastrando de cuando era Edward. Se sigue sintiendo solo, no llena sus vacíos interiores, tiene ansiedad, y ve como Ingrid y el grupo teatral sigue con la representación de la obra inspirada en Edward, llegando él mismo a audicionar con una máscara de su antiguo “Yo” para conseguir el papel… Algo que me ha recordado a la anécdota, o leyenda, de Chaplin, que se presentó con un nombre falso a un concurso de imitadores de Charlot, y quedó en el puesto 27, uno de los últimos… Pues aquí, algo parecido.
A partir de aquí, la película cae bastante en
picado, y de hecho, no puedo dejar pasar lo que siempre digo: Con veinte
minutos menos de la segunda mitad del metraje, ganaría por goleada en ritmo.
Para más inri, aparece un personaje que tiene la
misma enfermedad, la misma deformidad facial que tenía él, Oswald, un tipo que
fascina a todo el mundo por ser hablador, extrovertido, fantástico, y que no
solo se lleva el papel en la obra de teatro sin ser actor, sino que también se
lleva a la chica, Ingrid, con la que llega a tener hijos según nos cuentan en
el cierre de la película: Ricos, viajeros, triunfadores, algo drogatas y
nudistas… Una paradoja que no me creo, lo siento, más allá de los cuentos de
hadas.
En definitiva: Va de más a menos, pero al menos en su mensaje es honesta, brutalmente honesta. No busca la compasión del diferente, como puedes ver en otras películas por el estilo. Es una película que me hubiera encantado hace 40 años, pero ahora ya no me sorprende. Bebe de demasiadas fuentes. De nota le doy un 6, y ya me diréis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión me interesa, y lo sabes...