“Queridos
Camaradas” (Rusia, 2020) me ha parecido un peliculón, como una catedral. Hacía
bastante tiempo que no veía una película, basada en la Guerra Fría, en la
situación de la URSS en la década de los sesenta, tan clara y esclarecedora
como esta. Normalmente, no soy de tirar cometas al cielo, pero realmente, la he
disfrutado muchísimo.
Spoilers para parar un tren.
Stalin ha muerto hace unos años. En la URSS, la cabeza visible del Partido y
del país es Nikita Kruschev. En la fábrica de la localidad de Novocherkask hay
una huelga. El motivo es la inflación galopante, la subida de precios junto a
la imposibilidad de conseguir algunos bienes y alimentos.
Lyudmila
es una madre soltera, que vive con su padre y con su hija. Tiene una relación
con un hombre casado y es miembro del Partido a nivel local. Es acérrima seguidora
de las pautas del Partido, de las que no duda nunca, y durante la huelga, al contrario
que su hija, ella aboga por apoyar al Partido en la resolución del conflicto.
Dicha
resolución pasa porque unos francotiradores acaben con los manifestantes desde
azoteas, dando a entender que es el ejército quien se ha extralimitado en sus
funciones, dejando entrever un conflicto entre ejército y KGB a lo largo de la
película.
Lyudmila
es testigo de la masacre, y en la búsqueda de su hija desaparecida (ayudada por un agente de la KGB, algo que chirría bastante), comienza a
cuestionarse sus propios ideales, y los del Partido…
Rodada
en blanco y negro, “Queridos Camaradas” aborda perfectamente a una parte de la
sociedad soviética de la época. El cambio de Gobierno, la disidencia, el trato
a los obreros y ciudadanos en general, e incluso a los románticos del zarismo y
la religión (en el papel del abuelo). En mi opinión, como os digo al principio,
es un peliculón. Colecciona un buen puñado de premios internacionales, y no es
de extrañar. Imprescindible su visionado.
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