Una de las primeras películas de terror que recuerdo haber alquilado en nuestro viejo vídeo Beta, fue “Posesión Infernal” de Sam Raimi. Eran los Ochenta, mediados de los Ochenta, y aquella película pronto se convirtió en el boca a boca de los chicos de la calle, que leían “Creepy” e “Historias de la Cripta” con varios años de retraso respecto al resto del planeta, y que fascinados por aquel terror cutre y casposo, que muchas veces veíamos en el mítico y desaparecido “Bar Taxi” de San Roque de Badajoz, hacía volar nuestra imaginación más sanguinolenta, imaginando que éramos Bruce Campbell, Ash para los presentes, dando tiros…
Por eso, cuando he visto en la parrilla de la plataforma Netflix, el título: “Posesión Infernal: El Despertar”, película de 2023, he sentido un escalofrío por todo el cuerpo, no de miedo, más bien de esos cuando un chicle se te queda pegado al cuerpo y no hay narices de quitártelo de encima por las buenas, porque he pensado… ¿De verdad, Sam, otra más Sam?
Y es que “Posesión Infernal: El Despertar” tiene un comienzo prometedor. Tres adolescentes o veinteañeros, porque con esta gente nunca se sabe, en una casa alquilada en medio de la nada. Dos chicas, un chico. Un lago. Él, por supuesto, un gilipuertas de remate, de manual… Y una de las chicas poseída y haciendo de las suyas… “Esto promete”, he pensado.
Pero no. Después de unos minutos esperanzadores, con la poseída levitando sobre el lago mientras sale el título, no ha venido nada nuevo, más allá del puro entretenimiento, que hay que reconocérselo justamente, y mucha oscuridad muchas escenas oscuras donde te tienes que imaginar lo que está pasando, y que al final, si ya has visto miles de películas por el estilo, terminas oliendo como va a terminar todo esto… Más que nada, porque la propia película te ha hecho un gran spoiler en los primeros minutos, al decirte al final de la historia del lago: “Un día antes…”.
En la narrativa estamos en Los Ángeles. Beth visita a su hermana, Ellie, que vive en una de las zonas más rústicas y decadentes de la ciudad, junto a sus tres hijos: Danny, Bridget y Kassie. Mientras los nenes van a comprar unas pizzas, ocurre un terremoto que deja al descubierto en el garaje un antiguo edificio, una cámara acorazada que perteneció al banco que allí hubo en su día.
De dicho lugar, Danny se lleva unos vinilos, que debe ser el único chaval de esta década que sepa que es un vinilo, y un exótico libro. Un adolescente llevándose vinilos y libros… Tremendo, de verdad, digo… Terrorífico.
Un corte fortuito por el que sangra Danny, reactiva con su sangre el libro demoníaco, un incunable difícil de encontrar en librerías, y el uso de los vinilos hace el resto, ya que despierta a un demonio que posee a su madre, y comienza un baño de sangre familiar de mucho cuidado, que incluye a algunos miembros de la Comunidad de Vecinos… Y la aparición estelar de la versión Megazord en plan zombie demoníaco fusionado.
En definitiva: A pesar de los hectolitros de sangre, que en la película hay más sangre que el agua lleva el Guadiana, las diversas posesiones, las huidas y la presencia indispensable de una fortuita motosierra, que es otra marca de la casa característica qu no puede faltar, “Posesión Infernal: El Despertar” no te va a mostrar nada nuevo de este género de cine de terror, pero puede llegar a entretenerte, como ha sido mi caso, la hora y media justa de metraje que tiene la película. Con un final que te explica el principio, y con un 5,5 de nota, no es una película que creo que llegue a gustar a donantes de sangre y coleccionistas de vinilos y libros antiguos, pero estoy convencido que hará las delicias de vendedores de motosierras y cirujanos plásticos.
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