“La toma del poder” (Netflix,
2022), película neerlandesa (holandesa de toda la vida, oiga) que no nos cuenta
nada nuevo, y que nos hace perder una hora y media de nuestras vidas en una
trama que hemos visto muchas veces en películas gringas, diría que, hasta la
saciedad, pero que aquí busca darle un nuevo giro… Sin conseguirlo.
Una hacker justiciera llamada
Mel consigue evitar que hackeen el sistema operativo MS-Dos de un autobús ecológicos,
ecofriendly, vegetariano y que no corre a más de 40 km/h y cuesta abajo.
Su buena acción traerá dos
consecuencias: La primera que se le pegue un pagafantas llamado Thomas, que es
la versión holandesa de John Leguizamo. Un tipo con una falta mayúscula de
madurez que no llega a besar a la protagonista ni en sueños. La segunda, que
una organización criminal relacionada con el democrático gobierno chino, y con
contactos en la policía, se le eche encima acusándola de un asesinato que no ha
cometido.
El hackeo del bus acabó con el
chollo del escáner de entrada, usado por los malvados chinos para hacerse con
los caretos y datos de todo el personal. Mel y su pagafantas tendrán que huir de
ellos (el malo tiene la voz de los anuncios de “Somatoline”), demostrar su
inocencia y seguir siendo amigos sin derecho a roce.
En los minutos finales
asistiremos a la locura del bus, al más puro estilo “Speed”, donde a la voz de “Cuidado
conmigo que soy ecológico, pero estoy muy loco…”, alcanzará velocidades vertiginosas
por las calles de la ciudad…
¿Mi opinión? No pierdas el
tiempo con esta cinta. Te lo ruego.
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