Hace tres años,
descubrí la Primera Temporada de “Love,
Death+Robots” (Netflix, 2019) y simplemente, me encantó. Eran episodios,
cortos, de entre 7-8 minutos, hasta 17 de máximo, con historias refrescantes en
su mayoría, fantásticas, sin censura y con mucha animación. Algo a lo que hacía
tiempo que no estaba acostumbrado y que realmente me enganchó en todos los
aspectos. 18 capítulos que me parecieron poco, y quería más.
Netflix no me avisó
de la Segunda Temporada (8 capítulos), pero sí de la Tercera (9 capítulos), así
que he aprovechado para ver las dos temporadas del tirón en un par de tardes, y
he podido comprobar que, salvo algunos episodios que me han parecido bastante
tostonazos, el nivel medio-alto se mantiene, tanto en lo técnico como en lo
narrativo, con historias reflexivas, filosóficas, donde hay más robots y muerte
que amor, pero que no deja de darle guiños en todos los aspectos al espectador
embobado en el sofá.
De la Segunda
Temporada, y sin querer entrar en muchos detalles, me quedo con “El Gigante
ahogado”. En esta temporada hay algún episodio que me ha hecho bostezar, a
pesar de su alto nivel técnico, no me ha llegado a comunicar nada, no me ha
llegado bien el mensaje y me ha llegado incluso a aburrir.
De la Tercera, que me ha parecido una
temporada muy currada, muy trabajada en lo visual y en lo narrativo, me quedo
con “Tres Robots”, que ya protagonizan un corto de la Primera Temporada (que me
estoy planteando volver a ver). “La noche de los minimuertos”, con la que me he
reído muchísimo. “El enjambre”, que pudiera pasar por un episodio del juego “StarCraft”.
“Las ratas de Mason”, carcajadas desde el minuto uno, a pesar de ser sangrienta
como ella sola. Y “Jibaro”, que tiene una belleza brutal, pero que no he
llegado a entender en toda su totalidad, pero que visualmente, me ha dejado
anonadado.
La serie está francamente bien. Qué digo, es muy buena. Quizás os pase como a mí y no todos los episodios os convenzan, pero merece, y mucho, la pena.
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