La
marca “Gijoe” (Hasbro), me resulta desconocida. Hace cuarenta años, todos los
críos del barrio queríamos un muñeco Gijoe. Estaban los muñecos, la serie de
dibujos animados (A Real American Hero), y una recreativa que era la leche, en
la que podíamos jugar hasta cuatro jugadores, en un mar de misiles y tiros.
La
historia de estos soldados nació en los sesenta, pero en los ochenta eran muy
conocidos por todos estos aspectos, aunque su popularidad fue decayendo en los
noventa, y posteriormente, ya en el S.XXI recuerdo un par de intentos por
recuperar la franquicia, a base de películas, que se quedó en eso… Intentos.
En
la narrativa que yo recuerdo, los Gijoe luchaban contra el Imperio del Mal:
Cobra. Los Cobra eran unos tipos cuyos soldados vestían de azul, con una máscara
espejo, y que sacaban todo tipo de artilugios militares (Los Joe´s también),
siendo derrotados siempre mientras que el Comandante Cobra, que era un
p.inepto, huía cobardemente mientras decía alguna gilipollez y movía el puño
amenazante, a la par que los héroes americanos gritaban “¡Yo, Joe!”.
Mi
interés por “Snake Eyes: El Origen” (2021) se ha resumido desde un primer
momento en ver que tendría esta cinta que ver con aquellos anhelados muñecos de
hace cuarenta años. Y, tras dos horas de aburrimiento mortal, spoilers aquí y a doquier, he de reconocer que me he
enfrentado a un tostón de campeonato, que podría haber firmado hasta Michael
Bay, aunque él hubiera metido robots dinosaurios y algún culo sin venir a
cuento.
Tenemos
a un chaval, asiático, que ve como matan a su padre. Años después, convertido
en un Street Fighter, se mete por diversión en guerras entre clanes yakuzas,
conociendo a gente interesante mientras hace coreografías de luchas frías y sin
sentido. Sus amigos no es que tampoco sean muy dicharacheros y hau que
inventarse el guion según gastamos carrete.
Tras
una tonelada de tópicos por minutos, Snake Eyes se decide a encontrar trabajo
dentro de uno de esos clanes, donde te pagan según la postura que hagas, las
miradas y las frases filosóficas que puedas decir. Después de darse un paseo
nocturno, espada en mano (lo normal), asistimos al milagro de hacerse de día en
cinco segundos, todo para que se vea mejor la pelea que va a mantener con una
tipa, ya que llevamos casi una hora de metraje y no ha pasado absolutamente
nada. Posteriormente, lo vemos luchar bajo una lluvia infernal en un callejón
chino, donde solo falta el Ronin de Marvel, para descubrir un alijo de armas de
Cobra.
En
este punto, la bella Scarlett, una heroína de los Gijoe, hace su aparición
haciendo un papelito, y se explica quiénes son los Gijoe y los Cobra, mientras
La Baronesa, malvadísima ella, intenta chantajear a nuestro Snake Eyes con un
Xiaomi.
Entonces,
tenemos una media hora de relleno sin pies ni cabeza, con serpientes monstruosas,
senseis zumbados, piedras mágicas (que se pueden intercambiar por antiguos
asesinos) y trajes típicos muy chulos pero fuera de onda. Aquí ya estoy
completamente perdido. Snake Eyes cambia de bando, de opinión, y se olvida de
sus venganzas o las trastoca, cada quince segundos aproximadamente. Todo es
como un chute de estramonio con Coca Cola.
Para
terminar de confundir al espectador, se monta un pifostio de todos contra
todos, que dura veinte minutos, concluyendo con Snake Eyes poniéndose su traje
de héroe durante 10 segundos montado en una moto. Acaba la película, y en la
calle, al salir, te preguntan: ¿Está bien, merece la pena? Y tú, ofuscado
porque no te has enterado de nada y no quieres parecer tonto, dices: No, si al
final me metí a ver aquella de dibujos animados… Un Sindiós de historia, de
película, un batacazo, en definitiva, brutal.
P.D. En definitiva... No lo intenten más, por favor. No fastidien la memoria de aquellos muñecos.
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