“Sweet Girl” (Netflix, 2021) o…
“La culpa es mía por hacerme caso del algoritmo de Netflix”, es una película
con tintes de drama familiar, acción, trauma infantil y gimnasio, donde el
corta y pega es el amo del campamento, y la narrativa no tiene mucho más
sentido que el esparcimiento de Jason Momoa, alias “El Hombre Pez con mucha
mala leche” en la pantalla.
En la historia, aquí lo spoileo todo, tenemos a una alegre y jovial
familia. La madre fallece de un cáncer galopante porque a una malvada empresa farmacéutica
no le ha dado la gana de sacar un producto revolucionario y milagroso que
hubiera podido salvarle.
Un periodista se pone en
contacto con Momoa, para explicarle el entramado que hay alrededor del dueño de
la farmacia, y lo descuajaringan a navajazos en el Metro, demostrando que el
periodismo serio no está bien pagado, delante de Momoa y de su hija, que es
Dora la Exploradora y se había colado en el mismo vagón buscando a un mono. El
caso es que de este encuentro con el Primer Boss, Momoa y vástaga salen mal
parados, y se tiran dos años apuntados a un Gym para repartir hostias mientras
escuchan canciones aleatorias del Sportify.
Pronto, les llega su
oportunidad, pues comienzan a aparecer los malos, aburridos de ganar dinero a
espuertas con sobornos y tejemanejes y sin nadie que les toque las orejas, así
que remueven el avispero Momoa, y las guantás, como panes en ayuno, comienzan a
aparecer aderezadas con tiros, porrazos y todo lo que se le pase por la barba a
Momoa, que esta como pescaito en el agua, nunca mejor dicho.
A la par, Dora la Exploradora,
que no puede estar callada ni un minuto, se lo va chivando todo a una
Inspectora del FBI desde la única cabina de teléfonos que queda a 200 km a la
redonda, que no acepta leuros y va a pesetas.
Hay una escena, en un bar de
carreteras, donde un mercenario sanguinario, abre su corazón a Momoa, y le
narra lo mal que lo ha pasado: Unos tipos masacraron a su pueblo durante una
semana, vinieron y les querían afilar los cuchillos, tapizarles las sillas y
tresillos, descalzadoras, les ofrecían melones luneros… Una pesadilla… Pero
Momoa se ha criado en un mercadillo y está de vuelta de todo. Quedan en “Pichburg”
para matarse, porque el mercenario se ha pedido una tortilla francesa para
cenar y no es plan de destrozar el bar y acabar allí a mitad del metraje. Momoa
coincide, porque tiene que llevar al veterinario al mono de Dora, y no se
cambia de camisa desde el principio de la película.
El caso es que las cosas no
salen como a Momoa le gustaría, que se ve sobrepasado por las circunstancias, y
Dora la lía parda y encima nos revienta los tímpanos con una de sus canciones.
La culpable es, una senadora republicana, que tiene vínculos con todas las
corruptelas farmacéuticas desde la aparición de la aspirina hasta ayer. Ellos
no lo averiguan, sino que se lo dice el mercenario de la tortilla francesa,
para no alargar la película, porque Momoa y Dora, más allá de destrozar caras,
cuerpos y coches, no dan más de sí.
En agradecimiento, Dora coge
el relevo vengador, al Mercenario lo deja como un colador, y le saca una
confesión a la senadora, grabadora en mano, que dejaría en bragas al mismísimo Comisario
Villarejo.
Tras cumplir la venganza, Dora
coge un avión a Matalascañas, pasando por las Chafarinas, y dejando al
espectador con cara de gilipollas porque la película roza tanto el ridículo,
que seguramente debería haber salido en Antena 3 durante la sobremesa…Y nos la habríamos
ahorrado.
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