Diane tiene sesenta y
tantos años. Es viuda desde hace muchísimo tiempo, un hijo enganchado a la droga (que la
trae por el camino de la amargura, pero que mete un cambio que fliparéis), y un
gran vacío existencial que llena visitando a enfermos en hospitales (sobre todo
a una prima suya moribunda), casas, y ayudando a los demás en todo lo que puede
(comedores sociales) y lo que está en su mano.
Toda esta rutina, su
vida, le empieza a pasar factura, y comienza a plantearse cosas, mientras intenta
buscar sentido a su vida, a su vejez… Y a todo lo que hace o ha hecho, buscándose
en el pasado, en la religión, en alguna copa de más, o en la naturaleza…
“Diane” (2018) tiene
mucho de película costumbrista, con muchas escenas interiores, con vidas de
fracasos y soledades, melancolías, reflexiones sobre lo que hicimos o dejamos
de hacer con nuestras vidas… Es un auténtico drama, triste de narices, pero no
ha conseguido agarrarme del todo, más allá de la transmisión de esa enorme pena,
que llega incluso a respirarse en ese pueblo de Massachusetts. Quizás, con
treinta minutos menos…
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