martes, 4 de febrero de 2020

Dolor y Gloria (2019)



        He querido esperar, algún tiempo, para ver “Dolor y Gloria” (2019), de Pedro Almodóvar. Fundamentalmente, porque la gente me lleva semanas diciendo que debería verla, que es fantástica, que es una maravilla dentro del mundo cinematográfico, que tiene un saco de premios, y demás cosas parecidas.

        Si la hubiera visto antes, quizás no la hubiera disfrutado plenamente, y hubiera estado muy influido por las opiniones de la gente.

        La película cuenta la vida de un director de cine, en horas bajas, Salvador Mallo (que pronto adivinas que es el alter ego del propio Almodóvar), que revive al principio de la cinta, la recuperación de una de sus películas por parte de la filmoteca, “Sabor”, que treinta y dos años después, muchos consideran un clásico. Salvador comienza a recordar, cosas de su niñez (a veces al más puro estilo de “Cinema Paraíso” por las pintas, la estética o la anécdota), sus enfermedades (a través de una presentación animada que a mi me ha parecido bastante original), mientras comparte con el espectador la dura realidad, en la que cae, porque sí, en el consumo de la heroína, y en un pozo sin fondo en el que parece no querer, o no saber, salir. Y los recuerdos, el amor, el desamor, las enfermedades y las pastillas, las oportunidades perdidas o pasadas, la vejez y la muerte, se arremolinan mientras va pasando el tiempo, y la vida.

        No me ha parecido una película mala, quizás demasiada íntima, pero Almodóvar es así, y a mí me gusta, con un final raro u original, y con más dolor que gloria. De hecho, me ha entretenido mucho, y he disfrutado mucho de los escenarios donde los libros son protagonistas, las estanterías repletas de ellas, los cuadros y las fotos. Me sobra, Rosalía.

        P.D. Una curiosidad. La madre de Salvador (Penélope Cruz), tiene los ojos marrones, azul cielo en la vejez. Gran milagro.

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