El
año, 1992. La Tierra es un planeta muerto, tras la Tercera Guerra Mundial o
Guerra Atómica, que dejó un planeta sin vida, que extinguió a todos los
animales e insectos, o casi todos (tener un animal vivo es símbolo de prestigio
social, aunque sea una araña), y que dejó en suspensión un polvo atómico que
todo lo degrada (y que deja estériles a los hombres que no usan cierto tipo de
ropa interior), sin contar con la enorme cantidad de basugre que la puebla
desde entonces.
La
inmensa mayoría de los humanos han emigrado a colonias espaciales, la más
cercana, Marte, donde los androides, con una media de esperanza de vida de
cuatro años, trabajan en lo que les mandan sus amos humanos, desde minas hasta
puestos de funcionario. Una nueva filosofía recorre todos los confines, el
mercerismo, derivada de las enseñanzas de Wilbur Mercer, un tipo que vivió
antes de la Gran Guerra Atómica, y que como un renovado Sísifo sube a una
montaña mientras es apedreado. Arriba lo ve todo claro, y el ciclo vuelve a
comenzar, mezcla de cristianismo y algo de budismo. En la tele, 23 horas al día
se emite El Amigable Buster y sus Amigables Amigos, que perfectamente podría
emitir TeleCinco sin pestañear.
Rick
Deckard es un cazarrecompensas. Su misión es retirar, eliminar, a los androides
(llamados “andys”) que llegan a La Tierra huyendo de las colonias, tras haber
asesinado a sus amos humanos. Los más avanzados son los de la serie Nexus-6,
que son casi humanos, pero que carecen de empatía.
Una
cuadrilla de estos androides huidos ha llegado a La Tierra procedente de Marte.
El prestigioso cazarrecompensas, Dave Holden, acaba en el hospital a las
primeras de cambio, y el inspector Bryant recurre a Deckard, obsesionado con
tener algún animal vivo, para que elimine a los androides, a mil dólares la
pieza, lo cual le permitirá comprar un bicho que mantener…
Muy
diferente a la película “Blade Runner” (1982), la novela merece mucho la pena,
por sus planteamientos filosóficos, religiosos, morales y por la visión que
tenía del futuro Philip K. Dick. De la misma manera que disfruté de la
película, he disfrutado del libro, el cual recomiendo. Fácil e interesante
lectura, sin barroquismos innecesarios y trepidante en su desarrollo.
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