A
Loie Fuller solo la conocía por algún cartel parisino de finales del XIX, concretamente
el del Folies Bergére, por ser una de las artistas lésbicas más conocidas de
principios del XX, y poco más. Actriz autodidacta, bailarina de vaporosos y
coloridos tejidos, productora… Esta norteamericana se fue del medio Oeste
americano a buscar fortuna en el París de Toulouse-Lautrec, Rodin y compañía…
“La
bailarina” (2016) cuenta, por encima, la vida de esta actriz y bailarina que,
más pronto que tarde, fue eclipsada por la figura de Isadora Duncan, que llegó
como un torbellino y se la llevó por delante. Y, cuando digo por encima, lo
digo porque Fuller, lesbiana reconocida, aquí esconde un poco o mucho, su verdadera
sexualidad, con un novio que no existió realmente, lo cual hace que la película
de Stephanie Di Giusto pierda veracidad e interés (a partir de los treinta
minutos es cuando ya empieza la cosa a torcerse), y es una verdadera pena
porque el biopic sobre el personaje creo que merecía realmente, algo mejor,
algo más centrado en ella misma, y no en una realidad que no existió, tal y
como, al menos, nos quiere mostrar la directora francesa en su Opera Prima.
Autodidacta
e improvisadora, Fuller pasó de trabajar pequeños papeles de tres minutos y
entreactos, a intentar crear su propio universo en el baile de los sugerentes pliegues
de su vestido… Lástima, como os digo, que más de la mitad de la película no se
corresponda con la realidad de Loie Fuller, lástima la falta de valentía. A
vuestra elección.
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