domingo, 12 de febrero de 2017

Nereo y Micho I de Gato


(Las Nereidas)

       Exponía en un pequeño garito, “La Odisea”, siete cuadritos deconstructivistas fauvistas. Micho y yo estábamos encantados. A la presentación apenas habían venido una docena de curiosos, pero la velada transcurrió tranquila. Jazz, cafés y chupitos, conversaciones sobre arte, historia, tendencias, anécdotas de películas… Y Micho, pronto, como centro de atención.

(Micho I de Gato)

        La gente iba y venía, veían los cuadros, comentaban detalles, hablaban con Micho de esto y aquello. Fue con mi cuarto chupito de absenta cuando Micho llamó mi atención. Hablaba con un señor, de larga barba grisácea, elegante traje y bastón en la mano derecha. Le que acompañaba una preciosa joven, morena, con unos bellísimos y profundos ojos marrones, que atendía a todos los comentarios de Micho con sumo interés. Querían comprar un par de mis cuadros. Les gustaban sus colores, las líneas sinuosas… Les parecía fresco y original. “Su arte, Señor De Gross, será valorado en un futuro, créame”, me comentó. “Se me da bien adivinar cosas”. Yo, personalmente, estaba más que maravillado, hacía mucho tiempo que no pasaba una jornada tan entretenida y fructífera, en todos los aspectos. Aquellos dos misteriosos admiradores se presentaron como padre e hija. El señor se llamaba Nereo, la hija, Galatea. La velada finalizó a altas horas de la noche, y, efectivamente, compraron los dos cuadros. Tanto Micho, como yo, les invitamos a que se pasaran una tarde por el Patio-Lavadero a tomar un café, para poder continuar intercambiando impresiones artísticas. A lo cual, aceptaron encantados.
 (Nereo. Altar de Pérgamo)

       Al cabo de dos semanas, Micho y yo paseábamos por la avenida. La noche caía rápidamente y las luces de neón publicitaban cosméticos y restaurantes chinos. Un chico joven, vestido con un chándal y rematado con una gorra, y acompañado de un numeroso sequito de chicas nos saludó al pasar: “Señor De Gross, Micho I de Gato…”, ¿Nos conocemos?, le pregunté sorprendido. “Oh, sí, claro que sí, soy Nereo, pero ahora no puedo pararme, las Nereidas tienen prisa, llegamos tarde al cine…”, dijo el chico jovial, y con un leve gesto, tocándose la gorra, continuó su camino por la avenida mientras las chicas reían y bromeaban… “…Ya les visitaré”, le oímos gritar desde la lejanía.
 (Nereo. Carmona, Sevilla)

           Tanto Micho, como yo, no le dimos mucha importancia al hecho, pues aquel joven no podía ser el venerable Nereo, de barba y bastón, que habíamos conocido… Hasta que, transcurrido un mes, un domingo de resaca, tocaron en la puerta del Patio-Lavadero. Era un joven apuesto, acompañado del brazo de la joven y no menos apuesta Galatea. Se identificó como Nereo, y Galatea rio ante nuestras caras de incredulidad. “Al Señor De Gross se le da bien pintar…”, comentó Galatea, “…Pero a mi padre se le da bien cambiar de aspecto”, y Micho advirtió que no habría café para todos si venían el resto de las Nereidas. Observación gatuna que reímos todos de buena gana.
(Polifemo y Galatea)

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