Cuando
“Ultimátum a la Tierra” (1951) se estrenó, el mundo estaba en plena guerra
fría. El planeta se dividía en dos grandes bloques políticos y económicos: EEUU
y la URSS. Capitalistas y comunistas.
Al
pavor de una posible guerra nuclear, de un día para otro, se unía el miedo que
había inaugurado el supuesto platillo volante de Roswell (1947). Los
extraterrestres podían atacar en cualquier momento el planeta, con sus armas
mortíferas, sus platillos volantes y demás miedos atávicos que albergaba el ser
humano en su interior.
Con
esta cinta, dábamos paso a toda una década de películas, cómics y series
recreadas en seres de otros planetas, algunos pacíficos (como es el caso que
nos atañe), otros malvados, con fines belicosos más que otra cosa.
Basado
en un relato corto del escritor y guionista Harry Bates, que a la postre se
metió a editor, nos encontramos con una interesante historia. Interesante por
su pacifismo, en los tiempos que corrían cuando se rodó el film.
Un
platillo volante, marca Acme, aterriza en pleno Washington, después de haber dado algunas vueltas buscando el ombligo del mundo. De dicho objeto,
baja un ser con pinta de astronauta, Klaatu, que desde el minuto uno comenta
sus intenciones pacíficas. A cambio de su sinceridad, los militares le meten un
tiro. Situación que no le gusta a su acompañante, un robot llamado Gort, que
con un ojo laser, carboniza un par de viejos Sherman de la Segunda Guerra
Mundial.
Klaatu,
que parece un granjero de Nueva Inglaterra recién vestido para ir al baile de
un sábado noche, insiste en que quiere reunir a todos los líderes mundiales
para hablarles, e informales, de los peligros de la energía nuclear en sus
versiones “bomba”, Klaatu es un hippie con corbata de los de “Nuclear no,
Gracias”. Pero los americanos echan balones fuera, y Klaatu decide escaparse e
irse a vivir a un hostal de barrio, a leer el periódico y a oír la radio. Yo,
si fuese extraterrestre, hubiera hecho lo mismo, sinceramente. Delirante la
escena, en la que una clienta del hostal, insinúa que el extraterrestre puede
ser comunista.
Klaatu,
llegados a este punto, intenta pasar desapercibido entre los humanos. Lo
normal, pagar con diamantes una entrada de cine, preguntar por los muertos de
la guerra y por presidentes también muertos, hablar de la inercia de los
objetos en movimiento, resolver problemas matemáticos imposibles, etc.
El
caso es que Klaatu no tiene mucho éxito en su misión. Solo una mujer y su hijo
parecen confiar en él, y algún científico. Así que Klaatu decide tomar cartas
en el asunto: Hace un corte eléctrico general planetario, que afecta igualmente
a coches y bicicletas, con excepciones de hospitales y aviones en vuelo.
Esto
cabrea mucho a los americanos en general, si hubieran cortado internet dos
horas, Klaatu no lo cuenta. Y ponen todos los medios para parar a Klaatu y al
robot Gort que tiene muy malas pulgas, infructuosamente.
Finalmente,
Klaatu, bastante cabreado, les suelta a los yanquis un discurso desde el
platillo volante: No nos interesan los asuntos internos de vuestro planeta,
pero como sigáis con las guerras y las pruebas nucleares, os iréis a la m…
Los
testigos del hecho se quedan estupefactos, como monos ante un periódico. No han
entendido nada de nada. Ven como el platillo volante se eleva en los cielos y
desaparece, y ellos se van a casa a ver La Ruleta de la Fortuna.
Conclusión:
Es una película de obligado visionado.
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