“El
caballo de hierro” es el nombre que le daban los indios al tren, cuando lo
veían atravesar sus tierras. También “El caballo de hierro” (1924) es el título
de una de las películas mudas que firmó John Ford.
Con
treinta años, ya había hecho más de cincuenta películas, la inmensa mayoría
eran cortometrajes y mediometrajes, hoy en día casi todos perdidos.
La
Fox sería la encargada de la producción, y de pedir a Ford la dirección de un
largometraje de gran presupuesto para la época, con todo un compendio de extras
y escenarios en Nevada, buscando, lo dice desde el principio del film, la mayor
verosimilitud posible, con armas, trajes, carruajes y locomotoras de la añorada
etapa del Oeste americano.
Al
fin y al cabo, estamos en los años sesenta. Lincoln ha sido asesinado, pero
antes, ha conseguido la gran Unión del ferrocarril estadounidense, bajo un
ambicioso proyecto que llevará las vías de una punta a otra del país, desde el
Océano Atlántico hasta el Pacifico. Para ello, las dos competidoras, la Central
y la Unión Pacific, deberán aunar esfuerzos, en miles de trabajadores (chinos,
irlandeses e italianos) que trabajan contra-reloj.
El
mayor de los problemas no será el frío, o el calor sofocante, si no el ataque
de los indios, hostiles a que el camino de hierro pase por sus vías. Desde un
principio van a atacar a las cuadrillas de obreros, hostigándolos con ataques
rápidos, que van a minar su moral y a retrasar el trabajo.
Hay
momentos en la película surrealistas. Por ejemplo, hay una escena en la que los
indios atacan a un grupo de irlandeses que cantan mientras trabajan en las
vías. Ante el ataque, los irlandeses sueltan las herramientas y responden con
sus rifles al fuego indio, y posteriormente, sin ninguna baja, vuelven al
trabajo rutinario.
Igualmente,
surrealistas, son los juicios en el Saloon de uno de aquellos pueblos
esporádicos que crecían al compás de las vías, donde el tabernero era juez (al
parecer, basado en hechos reales), con la acusada ausente…
Es
una delicia ver una película de este tipo. En primer lugar porque la magia que
destilaba el cine mudo, rara vez la volvemos a disfrutar en cintas actuales,
con acciones espectaculares sin ordenador ninguno de por medio, y en segundo
lugar, porque a pesar de ser una película, un film de entretenimiento para el
gran público (la Fox sacó diez veces más por la película que lo que había
invertido, lo cual le valió a Ford que se consolidase definitivamente en
Hollywood), hace las veces de documental, ya que muchos de los hechos y
personajes que aparecen reflejados existieron y ocurrieron en realidad.
Sus
poco más de dos horas de duración se pasan casi volando. Historia de un país,
la construcción del mismo, con sus jugadores, sus vaqueros, sus jueces y
obreros, sus esperanzas e ilusiones, a través de su tren.
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