He de reconocer que “Los Cien Caballeros” (1964)
es una de las películas más extrañas y raras que jamás haya visionado. Es tan
mala, que no entiendo que no sea una película de culto. Estamos en un pueblo
cristiano, situado en mitad de la tierra de nadie. Es el año 1000, y el pueblo
no depende de Castilla, ni tampoco del Califato de Córdoba que se encuentra en
debacle (supuestamente, porque la película es más Historia-Ficción que otra
cosa). Un pintor románico, que rompe la cuarta pared, la del espectador (como
hace actualmente Deadpool, al que tachan de revolucionario por hacerlo, y ¡Oh,
Mirad! ya lo hacían hace casi sesenta años), nos invita a ver su fresco
mientras mezcla los pigmentos y se ofrece a narrarnos la historia de “Los Cien
Caballeros”.
Al
comienzo, los aldeanos andan revolucionados por la venta del trigo de la
temporada. Entre los dimes y diretes con el comerciante, Fernando, aparece un
ejército musulmán, capitaneado por un jeque árabe ¿?, llamado Abengalbón (ya lo
sé, no preguntéis). A Fernando unos bandidos le roban el trigo, que a su vez es
robado por los musulmanes, los cuales proponen montar una cooperativa agrícola
en el pueblo ¿? Fernando, que a la postre, resulta que es hidalgo, decide
apoyar junto a su padre (que aparece disfrazado de Don Quijote) a los
campesinos y aldeanos en su revuelta contra los musulmanes…
Errores
históricos, los hay por miles, algunos se me habrán escapado, pero estos me han
rechinado mucho: En arquitectura, arcos conopiales (góticos) y mixtilíneos
(hispanomusulmanes, no aun dentro de la arquitectura cristiana), rejerías góticas.
Cristianos demasiado limpios. Mujeres con mucho poder para la época (desgraciadamente, a las mujeres se les relegaba y no tomaban decisiones político-económicas),
tipos quijotescos, puertas del S.XIX, escenas ridículas y casi humorísticas,
castillos renacentistas, se habla de Museos, mezcla de los tres estamentos,
aparece la Majestad Batlló a tamaño natural… El caso es que es una película
para pasar el rato, entretenida, pero no le pidas peras al olmo, porque no
pasaría un examen de Historia, ni de Calidad, ni a la de tres. Yo, a ratos, me
he reído a carcajadas, de las múltiples chorradas a las que se te expone. Casi
dos horas de pura absurdez, pero pienso verla veinte veces más.
P.D:
No me preguntéis, pero hay una batalla final en Blanco y Negro.
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