La nave, un velero orgullosamente amarrado
en el embarcadero de Badayork, estaba construida con la madera de los mejores
eucaliptos de las riberas del Guadiana, ¡¡Bendito Plan Badajoz, que buena idea
tuvieron al traer de la lejana Australia a la Hidra de todos los árboles!!. Con
una eslora de 24 metros de largo y 5 metros de manga, se presentaba como el
mejor Pentecóntero fabricado en Atarazanas extremeñas, con cincuenta remos
adicionales que la convierten en una galera en caso de que fallara el viento (¡¡Amado
Céfiro no lo quisiese!!, habría que sacrificar un McDonald´s para satisfacerlo
y tenerlo contento…) o su motor de 2 caballos extraído de un Citroën Dyane 6 (tecnología
punta gabacha a nuestro servicio).
Su constructor, un tal Argos, vecino de
Calamonte, había diseñado y planificado el barco que nos iba a dirigir a Jasón,
a Micho y a mí, y al resto de los Bellotonautas en la búsqueda del mítico Guarrino
de Oro por las aguas del vetusto Guadiana.
Su
nombre era “Belloto I” (se desechó a última hora llamarlo “Dame Argo” en honor
a su constructor), y había sido ya bautizado en un acto presidido por el
Bellotokari en el cual, como es tradicional, se hizo estrellar contra el caso
del buque una botella de Licor de Bellota que casi hace escorar el navío… Micho
estaba emocionado. El gato frac disfrutaba con el ambiente marinero que se
respiraba en cubierta, pero yo vomitaba por el mareo y el penetrante olor a
vertidos químicos tan característico del Guadiana que estaban logrando que el nenúfar
mexicano, ya autóctono por derecho propio, mutara cada dos semanas en un
intelectual de los años setenta o en un cuerpo entero de bomberos...
Las gentes de Badayork, curiosas, se
agolpaban en las inmediaciones del embarcadero para contemplar tan majestuosa
obra maestra de la carpintería industrial, y a los aguerridos aventureros que,
en honor al barco, habíamos optado por llamarnos los Bellotonautas.
Jasón enarboló la bandera de Extremadura en lo
más alto del mástil mientras abajo un coro de niños del colegio Nuestra Señora
de Atenea de los Mil Pechos cantaba el Himno, atribuido a Homero, de nuestra
ancestral región periférica y de difícil economía y peor desempeño.
¡Por Atenea Micho, en qué mala hora me
convenciste de embarcar!, grité tras llenar la orilla del Guadiana con los
krispies de la mañana. Tras un Omeprazol, un Paracetamol y un sorbito de
Motilium de 1 gramo, me recompuse lo suficiente para saludar a algunos de
nuestros compañeros de aventuras, entre los que localicé a nuestro antiguo
monitor de gimnasio, Heracles, que llevaba ya 12 trabajos a sus espaldas y
ninguno le había durado mucho, se quejaba el pobre hombre, ¡¡Maldita Prima de
Riesgo y maldita sean todas las burbujas inmobiliarias, que Atenea las confunda!!…
Micho intentó consolarle diciendo que al menos tendría algo cotizado para la jubilación,
y Heracles preguntó que significaba “cotizar” mientras yo silbaba “Lili Marlene”
para despistar un poco…
Igualmente, por las voces que daba la reconocí, nos
acompañaba La Serrana de La Vera, mujer lozana y de baja alcurnia que había
trabajado de espectadora en algunos Realities televisivos y que se sabía muchos
chistes sobre calzoncillos y magdalenas ¿¿??. A ella se atribuía haber talado a
pedradas los eucaliptos que construían nuestra envidiada embarcación…
(Continuará).
Muy buena continuación de la aventura. Hacía tiempo que no te leia una historia tan delirante jajaja.
ResponderEliminarEn tu misma línea, para arrancarnos unas risas con estas tremendas aventuras.
ResponderEliminarUn saludo.
jajaja, Gracias Carls!!
ResponderEliminarDean!!, cuánto tiempo, muchas gracias amigo!!.