Me aficioné al café en el instituto. El café fue, durante muchos años, una excusa para las tertulias literarias que montaba en un conocido Café de la Ciudad. Tomar un café y hablar de literatura era un solo gesto. Pronto, o no tanto, al cabo de unos cuatro años, el propietario del local se cansó de aquellos cuatro o cinco jóvenes, no siempre éramos los mismos, que se tomaban un café de veinte duros y destilaban la tarde entera hablando de Pessoa, de Otero, de Machado, de Dos Passos, Castelo, Gamoneda, Valverde, Alberti, Pepe Hierro… (a muchos de ellos, de los aspanyoles de la época, a finales de los ochenta, los llegué a conocer personalmente) de todo lo que aquellas mentes prematuras, inquietas, eran capaces de leer.
Aquellos si que eran cafés, de máquina italiana, con una deliciosa espuma, larga, con un sabor y aroma hechizantes, inconfundibles… La quedada era los viernes por la tarde. Aquellas tertulias se fueron difuminando en el tiempo, y de literatura, pasamos a hablar de cine, de teatro, de Historia o de Arte, y un día, cualquier día del calendario, finales de los ochenta, principios de los noventa, me vi sólo en el local, tomando un café con leche, corto de café, esperando a unos contertulianos que ya no volverían…
Yo, literato de pro años antes, poeta, me había dado cuenta que lo mío no era la filología, sino la Historia, quizás aún, ni siquiera la Historia del Arte… De versos en servilletas de papel, pasé a dibujar mis pequeñas obritas, a formular mis manifiestos artísticos neofauvistas, a tomar mis anotaciones histórico-artísticas de charlas de segunda división. De lectores acérrimos pasé a visitar artistas nocturnos, noctámbulos, algunos borrachos, que trabajaban en locales ínfimos, compartían sus vidas con gatos luneros (aún no sabía la que me esperaba años después a mi) y que se iban a comer, simplemente, el mundo artístico. Llegados aquí, convencido de mis posibilidades, me fui de la ciudad.
Aquellos si que eran cafés, de máquina italiana, con una deliciosa espuma, larga, con un sabor y aroma hechizantes, inconfundibles… La quedada era los viernes por la tarde. Aquellas tertulias se fueron difuminando en el tiempo, y de literatura, pasamos a hablar de cine, de teatro, de Historia o de Arte, y un día, cualquier día del calendario, finales de los ochenta, principios de los noventa, me vi sólo en el local, tomando un café con leche, corto de café, esperando a unos contertulianos que ya no volverían…
Yo, literato de pro años antes, poeta, me había dado cuenta que lo mío no era la filología, sino la Historia, quizás aún, ni siquiera la Historia del Arte… De versos en servilletas de papel, pasé a dibujar mis pequeñas obritas, a formular mis manifiestos artísticos neofauvistas, a tomar mis anotaciones histórico-artísticas de charlas de segunda división. De lectores acérrimos pasé a visitar artistas nocturnos, noctámbulos, algunos borrachos, que trabajaban en locales ínfimos, compartían sus vidas con gatos luneros (aún no sabía la que me esperaba años después a mi) y que se iban a comer, simplemente, el mundo artístico. Llegados aquí, convencido de mis posibilidades, me fui de la ciudad.
Dejé atrás muchas coisas, pero había algo que me tenía enganchado, que no podía dejar… Muchos compañeros del colegio, de la calle donde di las primeras patadas a un balón, o del barrio de envidiosos y H. de P. donde me crié, habían caído, un buen día, en la heroína. Aquel caballo blanco, los montaba y se los llevaba en un vuelo sideral hasta la Ponderosa, para segundos después meter el castañazo contra el duro asfalto de la realidad: Acabaron tirados, como marionetas con los hilos cortados en las aceras donde, unos pocos años antes, sus padres los paseaban en cochecitos con el Naranjito cogido de la mano, con unas banderillas en forma de jeringuilla colgadas de escuetos bíceps, con las cuencas de los ojos hundidas y las expresiones idas, mientras Felipe prometía una Expo en Sevilla y una Aspanya mejor…
Pues bien, yo estaba enganchado a algo también muy chungo: Al café. Durante la carrera me bebía un litro de café al día, que me lo inyecten en vena. Al levantarme, tras la primera clase, tras la última, de visita en casa de algún compañera, en la noche trágica de salidas y venidas, durante los incesantes callejeos por el hábitat natural de los Cascos Antiguos, a todas horas, el café era mi guía espiritual.
- ¿Qué le pongo?. –
- Un cafelito, corto de café. –
Y así, no sabría decir, los litros, hectolitros, de café que me habré metido al cuerpo, desde los trece años hasta la actualidad. Un día, el estomago dijo: - Chaval, hasta aquí has llegado. -. Y me costó una barbaridad quitarme la adicción, estuve con el mono varios años…
Ahora, lo tengo superprohibido por los médicos, es lo primero que me recuerdan cuando aún no he cerrado la puerta de la consulta, me deja el Colon Irritable hecho fosfatina. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, me tomo un descafinado. Pero lo que daría por volver a entrar en aquellos vetustos locales, sagrados lugares de lo divino en la tierra, saborear aquellos cafés, viejos aromas, de tertulias, de humo de Fortuna, y ruidos de conversaciones entremezcladas que persisten, aún, en mi memoria…
Pues bien, yo estaba enganchado a algo también muy chungo: Al café. Durante la carrera me bebía un litro de café al día, que me lo inyecten en vena. Al levantarme, tras la primera clase, tras la última, de visita en casa de algún compañera, en la noche trágica de salidas y venidas, durante los incesantes callejeos por el hábitat natural de los Cascos Antiguos, a todas horas, el café era mi guía espiritual.
- ¿Qué le pongo?. –
- Un cafelito, corto de café. –
Y así, no sabría decir, los litros, hectolitros, de café que me habré metido al cuerpo, desde los trece años hasta la actualidad. Un día, el estomago dijo: - Chaval, hasta aquí has llegado. -. Y me costó una barbaridad quitarme la adicción, estuve con el mono varios años…
Ahora, lo tengo superprohibido por los médicos, es lo primero que me recuerdan cuando aún no he cerrado la puerta de la consulta, me deja el Colon Irritable hecho fosfatina. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, me tomo un descafinado. Pero lo que daría por volver a entrar en aquellos vetustos locales, sagrados lugares de lo divino en la tierra, saborear aquellos cafés, viejos aromas, de tertulias, de humo de Fortuna, y ruidos de conversaciones entremezcladas que persisten, aún, en mi memoria…
Como no van a gustarme tus historias, si ya sean verídicas o ficticias (paranoias gatunas aparte jajaja) cuentas en prosa, la música que yo escucho en "verso" jeje. Ya te he dicho muchas veces a quienes me recuerdan tus anécdotas e historias sobre esos ambientes nocturnos (o no jeje), las charlas, los personajes, los momentos chungos, los recuerdos y los sueños rotos... Tuvieron que ser interesantes aquellas tertulias. Hasta pronto pájaro ;)
ResponderEliminarComo siempre te doy las gracias ¡OH, mi gran fan!, me alegra que disfrutes con los relatos e historias. Siempre le podemos poner música a estos momentos, es cierto, aunque a veces, algunas veces... Es mejor el silencio... Gracias Carlsss!!
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