Eran
las cinco de la tarde cuando la divina Atenea, de glaucos ojos, se presentó en
el Patio-Lavadero a tomar café con pastas del Lidl, previa invitación nuestra.
Se presentó armada hasta los dientes, de
vuelta de Ucrania donde había ido a dar una vuelta, a repartir hostias y sabiduría
a partes iguales, con su casco dórico, su peplo jónico, un kalashnikov y dos
granadas de mano. Le acompañaba la Niké de siempre, que revoloteaba por encima
de los geranios, y una asfixiada (por el sol extremeño de abril) lechuza que
buscaba desesperadamente la sombra.
Micho I de Gato se desperezó de la
siesta justo en el momento en que nuestra deidad invitada tomaba asiento. Pidió
Pastas &Té verde. En la televisión emitían un episodio repetido de la
versión americana de “Pesadilla en la Cocina”, y Micho I de Gato, entre
lengüetazos al descafeinado de sobre, explicaba su opinión sobre la teoría de
Olduvai, los relatos de Carver y el Jazz de la década de los cincuenta y
sesenta. Los grifos volaban por un cielo limpio, alguno de ellos con un borrego
entre sus garras, y la tarde se hizo amena, tranquila, y fructífera.