El tipo que vino a revisarnos la luz se llamaba Prometeo. Un
señor de mediana edad, simpático y atento, extrovertido, de incipiente barba y
pelo alborotado, que enseguida hizo migas con nosotros. Le invitamos a un café
con leche y aceptó encantado, aparcando su caja de herramientas junto a la
puerta del Patio-Lavadero, nos habló de la subida de precios, de las subastas
de las eléctricas y del poco trabajo que había en el sector, muy competitivo y
con mucho pirata suelto arreglando enchufes, y eso que él se dedicaba al
negocio eléctrico desde hacía relativamente poco.
(Imagen de Prometeo buscando los fusibles del Patio-Lavadero).
Pronto Micho I de Gato y yo
reparamos que Prometeo era un tipo listo. A pesar de la crisis, Prometeo había trabajado
casi de todo, comenzó sacrificando bueyes en el matadero de Badayork y después
haciendo trabajillos de poca monta, como recoger manzanas de temporada por las
fincas de las Vegas Bajas del Guadiana.
Finalmente, la conversación derivó en su
cuñada, una joven llamada Pandora que traía a media familia de cabeza, en los
problemas que le había ocasionado su hígado en los últimos meses y en el viaje
que va a realizar el próximo mes al Cáucaso, con todos los gastos pagados por
la empresa, para estudiar el posible mercado eléctrico en la zona. Estaba encantado
con la idea de dicho viaje, pues iba a aprovechar para fotografiar la fauna y flora de la zona, sobre todo las
míticas águilas caucasianas.
Se despidió de nosotros no sin antes pedirnos fuego para encenderse un cigarrillo, y con la promesa de volver a vernos
a su regreso, agarró su caja de herramientas con firmeza, y con una sonrisa arcaica corrió escaleras abajo...