Fue Micho I de Gato quien se fijó en ella. Los dos estábamos tranquilamente sentados en la terracita del Café. Yo tomaba un café negro y Micho lamía una Menta Poleo (ante el estupor de muchos viandantes). Por mi parte, le había recomendado el último libro que me había estado leyendo en mis noches frescas de Castuera: “Extremadura de Leyenda”, de Manuel Lauriño. Y Micho me hablaba, entusiasmado (deduje por su ronroneo), de la última película que había visto, una producción franco-china de 2.002: “Balzac y la Joven Costurera China”, haciendo hincapié en la magnífica fotografía, en la inusual narración y en un peculiar e interesante triángulo amoroso…
Entonces Micho calló un instante y me preguntó casi en un susurro, con aire distraído, mientras mecía los blancos bigotes como un dandy del S.XIX: “¿Te has fijado en esa chica?. Es muy rara, sostiene un ánfora en las manos y no le quita ojo…”. Me giré hacía donde mi felino acompañante, de elegante frac, dirigía sus estrechas pupilas y reconocí a la chica enseguida. Sentada casi junto a nosotros estaba Pandora. Una chica que había conocido hace unos años, en la noche bohemia de Badayork, justo antes de que unos simpáticos francotiradores acribillaran nuestro Salón desde un helicóptero tras unas duras críticas de Michel II de Gato al régimen democrático del Sr. Putin (¿Lo recordáis?: Revisad la entrada “Crónicas de un gato 5”).
Atada siempre a un ánfora de Figuras Negras que representaba a un tipo robando una antorcha a unos barbudos en sisa de una especie de templo rodeado de nubes, la melancólica y solitaria Pandora iba de aquí para allá, mordiéndose el labio inferior de forma reflexiva, mientras asía con fuerza su enigmática pertenencia. Como un alma en pena entraba en los locales nocturnos y observaba sin tomar nada. Miraba el ánfora pensativa y acariciaba casi con temor el enorme tapón de corcho extremeño que sellaba su contenido.
- ¿Qué llevas ahí dentro?. Preguntó con minina curiosidad Micho I de Gato mientras se sentaba, inquieto, sobre sus cuartos traseros.
Pandora alzó sus enormes ojos grises, le miró, y sonrió con tristeza. “Ya nada”, le contestó con un hilo de voz. “…O casi nada…”, susurró bajando de nuevo la mirada hacia el enorme tapón. Entonces calló. Yo le di un sorbo a mi café negro, y Micho, que parecía estar saliendo de un trance hipnótico me preguntó: “¿De qué hablábamos?”. “De cine chino.”, le contesté dedicándole mi característica media sonrisa tras mi descuidada perilla.