Es curioso como, un gato pequeño, se enfrenta cada día, como un reto, una aventura, a cosas que a nosotros nos parecen completamente cotidianas, como abrir un grifo o apagar una luz. Micho, en su infinita curiosidad gatuna, observa todos los movimientos, la ventana de la avenida, la mosca que huye del calor y que queda atrapada en lo inhóspito de un cristal y que zumba alocada en busca de libertad, o el vuelo de una servilleta de papel que cae, con un vuelo impredecible a un suelo lleno de periódicos y libros viejos y usados donde los crucigramas esperan un último esfuerzo.
¿Hemos perdido los adultos esa capacidad de sorprendernos con lo cotidiano?, esa inquietante curiosidad que hace que afines los oídos cuando escuchas una buena y nueva historia, en la que la protagonista sea una abeja o un simple planetoide rodeado de estrellas, y que chispea, atina, como un fogonazo, la mecha de nuestra imaginación, que encabritada, se dispara, estalla y te hace sonreír, soñar, volar, simplemente volar…
Me gusta creer que no. Muchas veces le cuento historias a Micho. Historias inauditas de chicas que se transforman en olivos huyendo de un pretendiente, de dioses que se disputan un pedregal arcaico o de tipos que son ahora lluvia, mañana águilas que surcan los cielos en busca de algún despistado… Enseguida abre los ojos de par en par y echa las orejas para atrás, sé que disfruta con mi voz, con la historia narrada, mascada pausadamente, acompañada de gestos y expresividad. Yo también disfruto contándoselas, y me gustaría, a veces, en ese preciso instante, poder parar el tiempo, aunque solo sean tres segundos. Memorizar cada uno de los gestos, el brillo de sus ojos que me hablan de que su imaginación orbita alocada siguiendo el hilo de mi narración…
Incluso cuando muchos dejan de creer, y ya no escuchan tu voz, y te miran como un trasto viejo, o con los mismos ojos de los que observan a un anquilosado recuerdo lleno de polvo, una vieja fotografía nostálgica, y solo perciben el sonido del móvil, el ruido de los motores, o la letanía del presentador del tiempo, y aparcan su imaginación, su capacidad por descubrir cosas nuevas y por volar… Yo sigo narrando, ahora entre susurros, y a veces a grito pelado con un chupito de absenta en la mano y ojos llorosos, nuevas historias para poder seguir soñando con otros mundos, mitológicos en casi todos los casos, en los que perderme en compañía, como no, de un gato…